La primera vez que nos fuimos de viaje y dormimos juntos me asusté.
Bastante.
Había leído sobre este tipo de experiencias en algún libro de psicología, pero nunca lo había vivido tan de cerca.
Hasta el momento, él nunca me lo había contado y yo no tenía ni idea de cómo reaccionar ante esa situación.
Así que fue super angustiante, tanto para él como para mí:
¿Le estaría pasando algo grave? ¿Qué hago? ¿Le despierto o lo dejo estar?
El caso es que Pedro, mi chico, padece bastante a menudo de «Parálisis del Sueño».
Por si desconoces qué es, se trata de un fenómeno en el que el cuerpo de la persona está dormido, pero su mente está consciente.
O casi.
Por un lado, él cree que está despierto e intenta moverse, pero no puede, está bloqueado.
Por si esto fuera poco, su sensación de parálisis va acompañada de una opresión en el pecho que le impide respirar.
Y aún hay más, aunque yo siempre lo veo con los ojos cerrados, de alguna manera él dice ver lo que hay a su alrededor y siente la presencia de algo o alguien en la habitación.
Todo muy turbio.
La consecuencia de este cocktail de vivencias aterradoras es que mientras yo duermo plácidamente, él, de pronto, se pone a gritar como un poseso en mitad de la noche sin ser capaz de despertar.
A veces pueden pasar uno o dos minutos hasta que consigue desbloquearse y levantarse al baño super nervioso.
Dicen que es un fenómeno bastante común y que a todos nosotros nos ocurre al menos una vez en la vida, sobre todo durante la adolescencia y en épocas de estrés.
Pero en nuestra casa se vive cada semana.
Como observadora, ya lo tengo más controlado y he ido aprendiendo a manejar cada vez mejor esta situación pasajera.
Al principio lo intentaba despertar rápido, de golpe y para que no sufriera. Sin embargo, la mayoría de las veces se levantaba bastante nervioso e incluso airado contra mí.
Ahora, mi tarea con Pedro es más la de una acompañante en su camino hacia la vigilia y la de servirle de ancla con la realidad:
Menciono su nombre…
Le hago notar delicadamente y con cariño que hay alguien a su lado…
Le agarro de la mano…
Así, poco a poco se va calmando y progresivamente despertando.
Uno de nuestros roles como psicólogos es precisamente este.
No siempre el de brindar una solución concreta, sino el de ofrecer apoyo, comprensión y escucha experimentada para sobrellevar las situaciones difíciles.
Porque hay etapas de transición, en las que forzar los cambios puede ser contraproducente.
Una muerte, una separación, o un evento traumático, son procesos complejos que requieren tiempo, pero sobre todo paciencia.
Ante estas circunstancias, quizás no podemos eliminar el dolor ni revertir la pérdida.
Pero lo que sí podemos es ayudar a las personas a navegar por esas turbulentas aguas hacia una nueva realidad.