Cómo evitar sentirse culpable por todo

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Lo más enriquecedor para mí de mis charlas grupales es el clima de entendimiento que se crea.

Se genera una sensación de «No sólo me pasa a mí» muy terapéutica.

De veras.

El otro día, en un taller grupal para madres, estabamos tan tranquilamente pensando juntas sobre gestión emocional que se sintieron con la suficiente comodidad para abrirse conmigo.

Comentaban la gran sensación de culpabilidad que sentían cuando hacían algo mal con sus hijos:

Cuando les gritaban, no atendían a sus necesidades, no les escuchaban…

Esa sensación las machacaba ahora por dentro, porque sentían que no habían actuado de la mejor forma posible.

En mis talleres con ellas siempre les intento trasmitir que la vida es muy difícil y que, desde nuestra buena voluntad, a cada momento lo intentamos hacer lo mejor que podemos y sabemos.

Y precisamente, que les naciera ese sentimiento de culpabilidad sobre sus acciones, no era algo extraño.

Pues la culpa ha sido impuesta culturalmente para hacer cumplir a las mujeres con los ideales de cuidado y atención constantes hacia su familia.

Sin embargo, en un intento de buscarle una función más positiva y menos limitante a esa emoción, trabajamos juntas para darle a esta culpa otro encuadre.

Me explico:

Si bien la culpabilidad es una sensación negativa e incómoda de vivir, en este caso, también era una señal de que estaban aprendiendo y reflexionando mucho sobre cómo criar a sus hijos y cómo vincular con su familia.

Y es que, si consideraran que la forma en que actuaron era la única posible, esa sensación de culpa no aparecería.

Sin embargo, como mujeres que se forman, que van a talleres para familias y que quieren hacerlo lo mejor posible con sus hijos, ahora han adquirido unas nuevas gafas que les permiten saber que hay mejores alternativas para hacer las cosas.

Y aunque la culpa sea una emoción difícil de experimentar, en este caso, también les estaba indicando que iban por el buen camino.

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