Tengo una historia en la cabeza que la verdad, no sé de dónde la saqué.
Si me pongo a recordar, creo que me la contaron en mi formación como Terapeuta Familiar.
Sea como sea, a mí me hizo «click» y la cuento a menudo en terapia.
Y dice así:
Un hombre se acerca a una de las relojerías más prestigiosas de su ciudad para hacerle un regalo a su hermano.
Cuando entra, encuentra al relojero concentrado intentando ensablar un pequeño reloj de bolsillo, sin siquiera levantar la cabeza para ver quién ha entrado en su tienda.
Espera y espera.
El relojero, sin embargo, no levanta mirada.
El hombre comienza a observar cómo una pequeña pieza cae repetidamente sobre la mesa del relojero, una y otra vez, durante varios minutos.
A pesar de esto, el relojero no muestra señales de preocupación y continúa recogiendo la diminuta pieza con sus pinzas para intentar encajarla en su lugar adecuado.
Lo que inicialmente parecía ser una espera breve se prolonga ya por más de 5 minutos, lo que hace que el hombre se sienta algo inquieto por la complejidad de la tarea.
«Está difícil encajar la pieza, eh», dice el hombre.
El relojero, que por fin reacciona, levanta la mirada y responde serenamente:
«En absoluto, esto es parte del proceso».
Pues esta historia la suelo traer a mi cabeza cuando alguien en consulta se siente culpable o frustrado por las dificultades al afrontar un nuevo reto.
Y es que, a lo largo de nuestra vida, nos encontramos con diferentes situaciones muy parecidas al proceso de este relojero.
Situaciones complejas en las cuales nunca somos exitosos a la primera:
Enfrentar los retos sociales de la adolescencia…
El cuidado de nuestros hijos/as…
La exposición a nuevos retos profesionales…
Es comprensible que cuando nos encontramos en situaciones nuevas, surjan interrogantes y se experimente incertidumbre, lo que a menudo puede resultar en cometer errores.
Sin embargo, como plateaba el relojero, eso forma parte del proceso para poder llegar al objetivo deseado.
Porque fallar es aprender, y aprender es crecer.