En una sesión de terapia, un consultante me confesó con cierta ilusión que desde hace tiempo tenía una querida.
Una amante, vamos.
La verdad, me sorprendió que me lo soltara tan así.
Una amante que le hacía sentir mariposillas en el estómago, le admiraba y apreciaba, y con la que se sentía emocionalmente estable.
En cambio, su matrimonio era para él todo lo opuesto.
Cada día en él era un suplicio.
Siempre había alguna crítica, alguna riña, invalidación o menosprecio.
Se sentía insignificante y desmerecido en esa relación.
Lo más curioso es que los supuestos cuernos, no era tales.
Tampoco su supuesta amante y matrimonio.
En realidad, me hablaba de sus trabajos.
Un trabajo por cuenta ajena que le proporcionaba una buena estabilidad económica, pero en el que cada día se le hacía cuesta arriba.
Y un trabajo por cuenta propia que realizaba tras acabar su jornada laboral, que le llenaba, le ilusionaba, y le hacía sentir competente y capaz.
Tanto en el caso laboral, como en el marital, el dilema llega cuando hay que decidir.
La decisión entre:
«Más vale malo conocido que bueno por conocer» o el «Quien no arriesga, no gana».
El camino entre el:
¿Es posible hacer avances en este futuro que ya tengo? o bien, ¿Es mejor abandonar y luchar por otro mejor?
Estos dilemas son algunas de las problemáticas que abordo en terapia con mis consultantes.
Para ayudarles a poner todas las cartas sobre la mesa:
Tanto las de la razón, como las del corazón.
Y para ver si es mejor desistir o todavía es posible salvar esa relación.